viernes, 22 de diciembre de 2006

una suerte de laberinto...

En cambio ahora su existencia se le antojaba una suerte de laberinto, un adentrarse en un territorio desconocido, sin posibilidad de vislumbrar una meta o salida. Recordó el mito de Teseo que había entrado al laberinto de Creta para matar al Minotauro. Además de la espalda refulgente, Teseo llevaba el hilo de Ariadna, la princesa que lo había amado más por cuanto lo imaginaba cerca de la muerte. Teseo se armó de valor, caminó entre los pasadizos, encontró al Minotauro, le dió muerte y luego recogió el hilo para desandar el trayecto. Pero cuando retornó, Teseo era alguien distinto.
¿Qué fue lo que descubrió en su recorrido? ¿Pudo no sentir piedad al degollar a la bestia de mirada humana? ¿Reconoció en ese rostro su propia animalidad esbozada? Antonia hizo un gesto de impaciencia: se llevó la mano a los testículos y comenzó a rascárselos. Era una delicia hacerlo, aunque no sintiera comezón. Puesta en la entrada del laberinto, no podía sino introducirse y arriesgarse. Exponerse a que el Minotauro fuera ella misma en esas partes desconocidas y que su oscuridad, en vez de sepultarla entre tinieblas, la iluminara.
Ana Clavel
Cuerpo Náufrago

No hay comentarios.:

Más micros

Related Posts with Thumbnails