sábado, 11 de noviembre de 2006

Microcuentos de ajedrez

Pues resulta que después del Festival de ajedrez y lo del concurso de cuento corto, caí en cuenta de que había escrito microcuentos, frases, pensamientos, aforismos y rollos sobre mis obsesiones: sueños, recuerdos, olvidos, espejos, laberintos, verdades, mentiras, realidad, imaginación y demás temas que he puesto en mi página personal y ahora en mi blog, pero no sobre el ajedrez.

Así que me puse a pensar y a escribir y a recopilar en mi palm y en pequeños papeles lo que se me iba ocurriendo... Por lo que aquí van ahora mis microcuentos de ajedrez:

mUCHos salUCHos en blanco y negro! :]


Al iniciar la partida los peones se negaron a avanzar porque no querian ser meramente carne de cañón.
Los caballos fueron los únicos que pudieron salir, y fueron carne... de caballo.


Inquieto, el rey oía voces de fantasmas. Atemorizado se refugió en la fortaleza de su enroque.
Las piezas enemigas capturadas lo estaban esperando fuera del tablero.


Mate a Ciegas.
La dama contraria se aproximó muy pegada al arrinconado rey.
El rey atemorizado cayó rendido a sus pies. Cobarde, quedó vencido reclinado en el tablero, sin darse cuenta de que no había sido mate ya que la dama temeraria estaba completamente indefensa.


Dios sigue jugando con nosotros
a pesar de que la partida parece perdida.

Somos peones de ajedrez
pero algunos saltamos como caballos

La dama poderosa en el centro del tablero se sentia invencible, pero
las piezas enemigas simplemente se escurrierron alrededor de ella, evitándola. Y
así pudieron matar a su amado rey sin que ella se diera cuenta.

Aquel peón vió al contrario acercarse. Quiso correr, pero el otro ¡zaz! lo atrapó al paso.

Los peones centrales estaban cansados de ser siempre los primeros en trabarse en combate. Agotados y heridos, decidieron aliarse con los peones contrarios e irse de vacaciones fuera del tablero, dejando que el resto de las piezas arreglarán sus diferencias.

Las piezas capturadas echaban porras desde fuera del tablero. Las pocas piezas que quedaban dentro, sólo se miraban confundidas sin saber qué hacer ya que no les quedaba fuerza suficiente para amenazar a su enemigo.

Aquel peón aislado estaba solo y tan aburrido, que le quiso hacer plática al peón contrario que tenía frente a él. El otro peón, al principio no le hizo caso, pero después de observar que las otras piezas no estaban observando enfrascadas en sus escaramuzas, le dijo "¡Sale, pero háblame quedito para que no me regañen!".

Los dos peones enemigos estaban trabados muy juntos frente a frente. Sólo se miraban pensando: "Si se moviera a un lado, aunque sea un poquito...".

Aquel rey miedoso mando traer a todas sus piezas junto a él en la fortaleza de su enroque.
Así permitió que el enemigo coronara múltiples reinas, las cuales destrozaron completamente el aparentemente inexpulgable castillo de su enroque.

El rey, temeroso de recibir una vez mas mate, se tira y con ese acto de cobardía, se rinde.

Los jugadores acordaron tablas.
Pero las piezas querían pelea, así que la partida continuó sin jugadores.

Era una jugada tan innovadora, que nadie se dió cuenta que el peón se había movido como caballo.

Se tomaron de las manos y formaron una cadena de peones.
Las piezas enemigas los desencadenaron antes de que se pusieran a cantar.

Iba a ser la combinación más hermosa del mundo. El alfil avanzó, tropezó y se equivocó al quedar a medio camino.
La combinación era brillante, pero el alfil no.

El rey estaba preocupado. Estaba adelgazando. Ya ni parecía rey.
Era lógico: era la pieza que comía menos que todos los demás.

Todas las piezas y peones estaban listos para iniciar la partida.
Todos, excepto...
Miraron hacia abajo. "Y tú, ¿quién eres?".
"Yo soy una moneda. Estoy sustituyendo al peón que se perdió".

El tablero estaba vacío y desierto. El peón volteaba hacia todos
lados. Por fin, mirando su reloj, dijo "Creo que llegué temprano".

Aquel caballo despistado se quería comer las piezas que saltaba. Creía estar jugando damas.

El peón, después de llegar a la octava fila, estaba indignado: no le permitían coronarse en rey.
Le hicieron fraude electoral.

La partida estaba avanzando. Las piezas se acercaban para el enfrentamiento... Entonces se detuvieron. Se sentaron a observar a las dos reinas enfrascadas en una discusión de cuál color era más bonito, si el negro o el blanco.

Era el final, y los peones no querían que los reyes participaran.
Porque era, decían, un final de peones y no de reyes.

Todo estaba listo para el mate del loco. Pero la reina se negaba a hacer la jugada mortal. Decía que el mate se llamaba del loco y no de la loca.

El caballo saltaba alegremente saltando los obstáculos y asombrando con sus piruetas a propios y a extraños.

Aquel peón negro estaba infiltrado de espía entre los peones blancos.
Cuando le preguntaban, decía que era la oveja negra de la familia.

Al final de la partida, una vez más el afil solamente se enteró de la mitad de la historia.

Aquel alfil enfiachetado en el enroque tenía el gran defecto de ser demasiado curioso. Así que en lugar de defender a su rey, se salió a curiosear y cuando regresó ya no había enroque, ni rey, ni fiancheto.

Al terminar la apertura, como vieron que el juego estaba cerrado, procedieron a la reapertura.

Al llegar al medio juego todo estaba a medias. Así que acordaron tablas. Repartieron las piezas a medias, y se medio felicitaron

El ejército enemigo estaba totalmente diezmado. Se habían capturado todas las piezas contrarias, excepto el rey. El problema era que nosotros teníamos todas nuestras piezas, excepto el rey.

El peón iba avanzando paso a pasito. Las otras piezas se burlaban.
Pero ninguna pieza pudo llegar al lado contrario, excepto el pequeño peón.
Más vale paso que dure, que paso que canse.

La torre quería avanzar más rápido, pero la distraía la intermitencia de las casillas: primero negra, luego blanca, otra negra, una más blanca...

Todo parecía bloqueado. No se veía salida en el laberinto del tablero.
Pero el caballo dió un par de saltos y llegó sorpresivamente al lado enemigo.

Los caminos de las torres, de los alfiles y hasta de la dama (y que decir de los peones) ya estaban muy desgastados de tanto uso. Por otro lado el caballo descubría nuevos y sorpresivos caminos cada partida.

El peón comenzaba con mucho entusiasmo, pero después del primer salto se cansaba e iba paso a paso.

Si te fijas bien, las torres aparentan ser muy altas, pero no lo son tanto. El rey y su amada dama son los más altos. Los alfiles superan en estatura a las torres. Y hasta el inquieto caballo es un poquito más alto.
¿Y los pequeñitos peones? A ellos no les importa ser más pequeños que aquellas "altísimas" torres. Saben que juntos, subidos unos encima de otros, son más altos que cualquiera de las otras piezas. Pero procuran que esto no se sepa, y menos por el rey.

Los peones están orgullosos de formar parte de la poderosa muralla del enroque.

El rey dudaba entre efectuar el enroque corto, o el largo. Finalmente se decidió por el corto. El largo tenía más espacio, pero al estar desambueblado se sentía más solo.

Era una carrera de peones. Pero por más que se apuraba, el tablero parecía tener más de ocho casillas.

Aquella pareja de alfiles trabajaba muy bien en equipo, el único problema que tenían era de que no se podían ver.

La torre avanzó resuelta hasta la octava fila para dar un mate de pasillo al rey atrapado tras la barrera de sus peones. La torre volteó sonriente y victoriosa, pero el rey... ¡ya no estaba!...

Aquellos peones habían quedado doblados uno frente al otro. El peón de atrás no podía ver nada y le pedía al de adelante que se quitara porque le estorbaba para avanzar.
El peón de adelante sólo decía "¡Hey!, ¡no empujes!".

Y cuando aquel alfil estaba feliz porque por fin iba a conocer las casillas del otro color, se dió cuenta de que no era la misma partida, sino una nueva.

El jaque, para ser verdaderamente jaque, debe llevar al mate.

Las torres, peones y alfiles iban siempre en caminos rectos, por eso los esperaban los enemigos y los atrapaban. El caballo daba saltos, brincos y piruetas cambiando rumbo por extraños de caminos, despistando a los enemigos.

Los reyes se controlaban a distancia, sin poderse acercar debido a aquella misteriosa barrera que los separaba como polos de imánes del mismo signo, aunque en este caso eran de signo contrario.

Los dos reyes se miraban fijamente de frente, gritándose bravuconadas y manoteando con sus puños. Al fin y al cabo sabían que no se podían acercar más y que ellos solos no podrían hacerse ningún daño.

El rey retrocedía aterrado. La horda de piezas enemigas lo rodearon amenazadoramente. El rey estaba congelado sin poderse mover. Entonces el rey volteó a todos lados sin poder respirar y... ¡soltó una carcajada aliviado!
Después gritó: "¡Es empate por ahogado!"

La lucha por la columna abierta era intensa. Primero una torre, seguida de una torre enemiga, luego una más y otra hasta juntar la presión de todas las torres de ambos bandos en esa columna. Se agregó una dama y después la otra, porque no se podía quedar atrás la reina contraria. Todas, las cuatro torres y las dos damas, empujaron unas contra otras. La tensión estaba al máximo.
Entonces un peón que pasaba por ahí, les preguntó: "¿Me dejan jugar?", y se rompió la tensión.

La reina recordaba suspirando los tiempos en que el rey era príncipe (extrañamente azul), y ella era su amada princesa a la que le cumplía todos sus deseos.
Pero ahora él es el rey, que casi no quiere moverse, ni salir. Y resulta que ahora él es el más importante y para colmo, ella tiene que defenderlo.

Intrigas en palacio.
Las piezas del flanco de dama cuchicheaban en reuniones secretas.
A las del otro flanco no les importaba, ellas tenían al rey de su lado.

La reina estaba furiosa. Siempre junto al rey, defendiéndolo, ¿para qué? Si ahora ella era desechada con este cambio de damas.

El rey soñó que tan sólo era una pieza de ajedrez en el tablero.
Lo despertó el alfil dándole un codazo.
"¡Señor! ¡Señor!
¡Se ha quedado dormido otra vez y nos toca mover!"

El padre jugó P4R. El hijo contestó Cc6.
Después de unas jugadas era obvio que habia una brecha generacional...
...y más aún: que ni siquiera estaban jugando en el mismo tablero...

Soñó que hacía su última jugada
y la partida terminaba.
En ese momento murió.
Para poco tiempo después renacer en una nueva partida.

El retorno de la reina.
La reina regresó un poco trastornada,
pues tenía aún recuerdos de haber sido peón.

El peón veia por fin coronado su gran esfuerzo
de llegar a la meta al final del tablero.
Pero lo querian coronar reina, y él tan hetero...

La torre estaba ofendida,
¡la habían cambiado por un alfil!
Y aunque le hablaban de un sacrificio de calidad,
la torre sólo quería hablar de cantidad.
Ya que aunque no era tan lista como el alfil,
era obvio que seguro sí era más pesada.

Las blancas estaban felices.
Habían ganado gracias al sacrificio de su dama.
Las negras habían perdido a pesar del sacrificio de su rey.

El rey emitió un decreto
en que prohibía a sujetos pequeñitos y cabezones
soñar que algun día serían coronados.

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