jueves, 16 de noviembre de 2006

Más microcuentos de ajedrez


El rey estaba contento con su nuevo matrimonio, aunque estaba algo inquieto con la familia algo numerosa. Eran muchos parientes políticos.
Pero lo que más le preocupaba eran los ocho pequeñines.

La necia torre no entendía explicaciones. Insistía e insistía y no la podían convencer.
Se le había metido en la cabeza la necedad de querer hacer la primera jugada.
"¡Me toca a mi!" repetía incesantemente, quejándose con las otras piezas. "¡Me toca a mi!".

El camino era difícil y estaba lleno de obstáculos. Pero el peón era muy perseverante. Lo que sí le quedaba muy claro era que no había marcha atrás.


Aquel rey se sentía nervioso. Estaba solo dentro de su castillo enroque. Pero él lo que realmente quería era salir y vivir cientos de aventuras.
Evadió a los guardias, pasó silenciosamente detrás de los peones, no se dejó ver por el caballo y escabulléndose a un lado de la torre, corrió en pos de aventuras.
Solo y sin protección fue apresado de inmediato por las piezas enemigas.
El rey, pensativo, soñaba con regresar a su fortaleza y con los suyos, y entonces sí, vivir cientos de aventuras.

Aquel peón iba a ver cumplido por fin su sueño de coronarse reina. El problema era que al no haber más piezas con figura de dama, tuvieron que usar una torre volteada de cabeza. El pobre peón, además de soportar el dolor de cabeza y el mareo, quedó frustrado de no verse con la dignidad de la realeza de su nuevo rango, y ni siquiera verse como una verdadera dama.

Apenas acababa de entrar a la octava fila el peón, cuando inmediatamente después de la apurada coronación, el rey abrazó y besó efusivamente a su amada dama que había regresado del más allá, bueno, de más allá del tablero.

La dama blanca se sentía Blanca Nieves y los ocho peones.

Las piezas capturadas que estaban observando la partida desde fuera del tablero se organizaron y comenzaron a echar porras.
Querían formar una pirámide pero no pudieron, solamente eran un peón, un caballo y un alfil, y no tenían ninguna pieza plana.
Tendrían que esperar a que capturaran una torre.

Era un amor imposible. Aquel peón estaba enamorado de su reina. Por eso le dolió mucho cuando su amada dama murió.
Triste y acongojado, continuó avanzando paso a paso, cabizbajo y distraído, pasaba desapercibido, hasta que al llegar al final del tablero se encontró con la maravillosa sorpresa de verse convertido en el objeto de sus sueños.

Los peones escriben cartas a sus novias o esposas esperanzados de que las verán cuando acabe la guerra.
Pero hay batallas y más batallas, y la guerra no tiene para cuando terminar.

Al iniciar la partida el loco alfil pasó empujando a dos de los peones que tenía enfrente.
Todas las piezas se le quedaron mirando extrañadas.
El alfil se rió con una risa nerviosa, "Quería saber que se siente el hacer la primera jugada".

Mandaron a un peón como avanzada a explorar el terreno enemigo.
"¿Tardará mucho en regresar?", se preguntaban.

Entonces cayeron en cuenta de que al pobre peón, por la propia naturaleza de su avance, le era imposible volver sobre sus pasos.
A pesar de todo, después de mucho tiempo sí volvió. Pero regresó muy cambiado.

Aquel peón se decidió por fin a ir al dentista.
Desde entonces ya no es como los otros peones: ya no come de lado.

Se apuró tanto el peón a llegar a coronar en la octava fila que se pasó y se salió del tablero.

Y ya no lo dejaron regresar.

"Son solamente seis casillas", se decía el peón mientras hacía sentadillas y otros ejercicios de calentamiento. "Son solamente seis casillas".
Pero el problema no era la distancia, sino los obstáculos de las piezas contrarias que le bloqueaban el camino y hasta le ponían zancadillas.

El peón llegó triunfante a la octava fila. Sonriente alzó los brazos feliz de haber llegado a la meta.
Fue coronado reina y emocionado volteó a dar un vistazo al tablero para ver cuál era su siguiente misión.
Entonces se le borró la sonrisa. Por un momento se le había olvidado que el principal objetivo del juego era atrapar al rey contrario, y el suyo acababa de caer.

Aquel peón quería ser alfil cuando fuera grande.

El peón llegó contento al final del tablero. Esperaba a ser coronado cuando vio las caras de pánico de sus compañeros capturados que observaban todo desde fuera del tablero.
Cayó una negra sombra sobre él y en un instante ya estaba también fuera del tablero.
No había visto a aquel tortuoso alfil escondido en el otro extremo del tablero.

Era una carrera de peones para ver quien coronaba primero. El peón blanco avanzaba una casilla y lo mismo hacía el negro. El blanco adelantaba otro cuadro, y el negro hacía lo mismo. Y así, paso a pasito. En eso el caballo blanco salta al frente a la octava fila estorbando al peón de su propio bando. El caballo mira a todos sus asombrados y molestos compañeros, y riendo nerviosamente, sólo dice: "Perdón, me emocioné".

Las jugadas eran las mismas.
Todo tan repetitivo.
Las piezas se movían lentamente bostezando aburridas.
Lo único interesante que ocurrió en la partida fue al final, cuando se escuchó una voz que dijo "Tablas por repetición de jugadas".

La torre estaba cansada de seguir la línea. Ya no quería andar derecha, ni quería seguir por el recto camino. Así que comenzó a andar con malas compañías. Juntándose con los esquivos alfiles y tratando de imitar su manera de caminar. Pero los siniestros alfiles se burlaban de sus obstinados intentos ya que por más que se esforzaba no le salían diagonales, sino puras tortuosas escaleritas.

El peón llegó tan cansado a la octava fila que después de coronarse, a pesar de convertirse en reina ya no quiso volverse a mover.

A las piezas negras les encantaba la defensa Siciliana.
Se imaginaban estar actuando en la película de "El padrino".
Especialmente les gustaba rodear al rey blanco y decirle: "Te haremos una oferta que no podrás rechazar".

La reina salió inmediatamente en busca del rey enemigo.
Ella sola y poderosa iba a acabar rápidamente con este absurdo juego.
Buscó grietas por donde infiltrarse, puntos débiles para atacar, piezas sueltas que pudiese tomar, un camino hacia el monarca enemigo, en fin, encontrar la jugada milagrosa que le permitiera de una vez por todas acabar con este injusto juego.
Pero las piezas contrarias le cerraron el paso, la hostigaron, la persiguieron y por último terminó rodeada y atrapada sin encontrar el modo de dar fin a este interminable juego.
Ella sola y poderosa, sí... pero indefensa.

Increíble. Estaba lloviendo en el tablero. Una gota cayó sobre el sorprendido peón.
Las piezas extrañadas miraron hacia arriba y comprendieron lo que pasaba.
Habían perdido y la gota era una lágrima...

La partida se desarrollaba de una manera extraña.
Todo parecía como visto en un espejo.
El tablero había sido colocado inadvertidamente girado por lo que las damas y reyes estaban del lado equivocado. Lo del lado derecho estaba colocado del lado izquierdo y viceversa.
Y todo porque nadie verificó que la casilla derecha fuera blanca.

El rey mismo pasó revista a la formación de peones.
Todos alineados parejos, excepto uno que sobresalía por encima.
Era un peón grandote de otro ajedrez.
"Y tú ¿Quién eres?"
"Soy Peonzón. Vengo a sustituir a mi primo Peoncín que está enfermo".
"Bueno. Está bien. Con suerte te confundirán con un alfil".

Carrera de caballo y torre.
El caballo juguetón tenía ganas de correr, por lo que retó a la torre a una carrera hasta el final del tablero.
Soltando una carcajada, la torre aceptó dándole al caballo la ventaja de comenzar primero una carrera que creía ganada fácilmente.
Así que el caballo comenzó tomando impulso y dando un salto ELE...vado.
La torre vio el esfuerzo del caballo que a duras penas lo llevó un par de casillas más adelante y sabiendo que podía llegar de un solo movimiento a la meta, se sonrió y solamente dio un paso adelante.
El caballo entonces, hizo una cabriola ELE...mental.
La torre ya se estaba aburriendo de esta tonta carrera, y bostezando dio otro pasito imitando al peón.
En respuesta, el caballo relinchó alegremente dando un brinco ELE...gante.
Distraída en sus propios pensamientos, la torre ya no estaba al tanto de la carrera, soñando en la gloria de ser la gran y única campeona en carreras de ajedrez de todo el mundo, caminó tranquilamente otro paso.
El vivaracho equino terminó con una pirueta bien ELE...gida, y llegó a la meta.
La torre se quedó con la boca abierta. No podía creer que el caballo, con aquellos pequeños y zigzagueantes brinquitos le hubieran ganado a ella, una torre, de extrema y directa velocidad.
¡No te preocupes! Yo sé que no soy un caballo de carreras. Soy un caballo de brincos, saltos, giros y piruetas, es decir que soy un caballo de ajedrez.

1 comentario:

JLPM dijo...

Hola Héctor,

Este comentario es para decirte que publico un par de blogs de ajedrez que agradecería que enlazases desde este blog. Los blogs son:

Compuntoes - Noticias de ajedrez.

y

Problemas de Ajedrez.

Si puedo ayudarte en algo sólo tienes que decírmelo.

Saludos y gracias,
Pepelu.

Más micros

Related Posts with Thumbnails