jueves, 30 de noviembre de 2006

Aún más microcuentos de ajedrez


A aquella torre del flanco del rey le gustaba evitar que su rey enrocara de su lado y así poder lanzar a los peones en un ataque suicida a la bayoneta contra el rey enemigo que se había enrocado de ese flanco. De esa forma podía luego entrar la dama, los alfiles, caballos y ella misma al desbaratado enroque enemigo.
Ese ataque a veces funcionaba, y algunas veces no. Pero lo que inquietaba a los heroicos peones no era su sacrificio, sino el hecho de que a la torre le gustara escuchar “La carga de las Valquirias" mientras lanzaba el ataque.



El rey se la pasaba buena parte de la partida refugiado en su enroque. El ejército enemigo le gritaba “cobarde” y él aguantaba con los dientes apretados sin hacer caso a las provocaciones. Sin embargo, un poco pasada la mitad del juego, cuando solamente quedaban algunos peones y piezas, entonces por fin salía.
Era su momento. Era el momento del rey.



Al alfil negro le gustaba la variante del dragón de la defensa Siciliana, pero esta vez estaba enojado. Los peones ya habían formado el fiancheto, pero el alfil se puso furioso cuando estaba a punto de colocarse en su “cueva”.
“¿Donde está mi disfraz de dragón? ¡No es chistoso! ¿Quién fue el gracioso que me lo escondió?”.


No sabía cómo había ocurrido. El pobre caballo en uno de sus increíbles saltos había caído sin que se diera cuenta, en una esquina del tablero. El rey contrario que estaba cerca, vio su oportunidad y se le acercó cuidándose de sus coces.
El caballo refunfuñaba: “No puede ser que esto me suceda a mi”. “¡Quedar atrapado!”, “¡Yo, que soy el caballo indomable!”.


El alfil estaba feliz pues se había comido al peón de la torre.
Pero se le borró su sonrisa cuando el peón de caballo avanzó un paso y le bloqueó la salida, con lo que el alfil quedó atrapado y fue comido precisamente por su glotonería.


Le dijeron que era un final de alfiles de distinto color. Así que el pobre alfil se llevó un buen susto cuando se encontró, en la diagonal por la que iba él tan tranquilo, a su oponente.
“¿No que era un final de alfiles de distinto color?”, le reclamó a su informante.
“Pues sí. Tú eres blanco y yo soy un alfil de color negro”.


El rey negro quería ser mimo. Así que le gustaba acercarse lo más posible al rey contrario (dejando una casilla enmedio de los dos ya que no se podía acercar más porque si no lo capturaba el otro rey). Y entonces se ponía a hacer el acto de tocar una pared invisible que los separaba. Pared que en este caso prácticamente sí existía.


Un día, la reina le dijo a su consorte: “¡Ven, acompáñame! Voy a darle un beso mortal al rey enemigo”.
La dama se puso bien pegada al monarca contrario y sonriéndose le dijo: “¡Eres mío!”.
El rey enemigo a su vez se rió: “No, ¡tú eres mía!”.
La reina asustada volteó a buscar el apoyo de su rey, quien celoso había cerrado los ojos y se había quedado rezagado a un par de casillas de distancia por lo que la pobre dama estaba indefensa, y el beso mortal lo iba a recibir ella.


Después del enroque, el rey quedó tras bambalinas esperando salir a dar su gran actuación.
No tuvo que esperar mucho, le dieron mate y la extraordinaria representación de su muerte le valió un Óscar.



El rey estaba preocupado. Un peón había llegado a la octava fila y ahora que se había coronado en dama el rey temía que lo acusaran de bigamia.

Aquel rey pensaba que su reino era muy extraño. Estaba lleno de gemelos: dos torres, dos caballos, dos alfiles.. ¡y hasta un grupo de pequeños octillizos! Era extraño pensar que él, el mismísimo rey, podría tener un hermano gemelo perdido por ahí que luego podría aparecer reclamando el trono.

Los peones de torre al estar tan cerca del límite del tablero se asomaban por la orilla y sentían vértigo de altura.

El rey se sentía seguro en su enroque. Protegido tras la fortificación de sus peones que, aunque pequeños, eran aguerridos; también por el caballo siempre dispuesto a saltar encima de cualquier enemigo y la confiable y fornida torre que le servía de guardaespaldas; bueno, de guarda...brazo porque lo tenía a un lado.
Pero a pesar de todo eso, el rey estab inquieto, y volteó porque a sus espaldas sentía nerviosas cosquillas pues presentía la presencia de alguien. Se encontró con las miradas amenazadoras de las piezas enemigas capturadas. Entonces pensó que debería de cambiar de lugar los calabozos.


Aquel rey, para ganar estaba dispuesto a sacrificar todo.
Se sacrificó y... ¡perdió!




El caballo blanco brincaba a lo loco causando un sinfín de problemas a su propio equipo. Le advirtieron que se fijara muy bien en los saltos que iba a hacer, pero siguió haciendo marometas sin sentido.
Por último decidieron sacarlo. Así que... ahí va la canción: “Este es el corrido del caballo blanco corrido”.


El plan del rey era muy bueno.
Era una lástima que la bandera roja del reloj hubiera caído indicando que ya no había tiempo ni siquiera para platicarles a las otras piezas en qué consistía el plan.


La posición no tenía ninguna debilidad. Por eso las piezas blancas se quedaron de una pieza cuando escucharon a las negras decir jubilosas:
"¡Mate!".
Voltearon hacia el enroque para ver a su rey, pero no estaba. El castillo se encontraba vacío.
Su rey había salido furtivamente escabulléndose hacia el lado enemigo en busca de la otra dama, quien, teniéndolo a su lado, le dio mate de inmediato.
La debilidad de las blancas era su rey enamoradizo.




Parecía ser una muy buena combinación:
La dama, una torre, los dos alfiles, algunos peones... todos juntos.
Y el enroque desmantelado y sin protección.
Al día siguiente, el dolor de cabeza les demostró que con el alcohol había resultado ser una muy mala combinación.




El rey estaba celoso. La reina se la pasaba más cerca del monarca enemigo que de él mismo.

El jugador enojado aventó el tablero de ajedrez.
Las piezas quedaron tiradas, golpeadas y rotas. No se explicaban cómo ellas, veteranas de tantas batallas ajedrecísticas, no habían resultado nunca tan lastimadas como ahora con la furia de este mal perdedor.


El peón de torre de la dama estaba aburrido. Toda la acción sucedía en el otro extremo del tablero. Los compañeros peones que antes estaban cerca, ya se habían ido. Las piezas de alrededor hace tiempo que se unieron a la batalla y hasta su torre lo había dejado solo y abandonado. Estaba aburrido.
Ya se estaba durmiendo... cuando... ¡se lo comieron! Así que ya no supo nada más de la partida.


Las piezas negras amenazaban comerse a la dama blanca. La tenían completamente rodeada. La reina, al verse sin salvación, decidió sacrificarse inmolándose en el enroque enemigo. Coqueta, prefería que se la comiera el rey enemigo.


La veloz torre se acercó rápidamente a la posición contraria llegando directamente al enroque enemigo, el cual estaba ya incompleto: sin el caballo y sin el peón central del enroque. Entonces se sonrió mirando fijamente al alarmado rey. Se acomodó lista para el remate y... se detuvo sorprendida.
"¿Dónde está la pelota?", "¿No era esto un juego de futbol soccer?".


El rey blanco se sentía mal y quería que llamaran al doctor o que al menos lo dejaran dormir un poco. Pero las piezas negras no le dieron respiro. No dejaban de darle jaques y en unas cuantas jugadas acabaron con el pobre monarca.
Sus últimas palabras fueron: "¡Por fin podré descansar!". Pero entonces comenzó otra partida...

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