Las piezas se sentían observadas.
Como si alguien, allá arriba, lo viera todo y supiera lo que iba a pasar.
En esos raros momentos las pobres piezas se sentían pequeñas e insignificantes, inquietas de no saber a dónde las llevarían sus pasos.
Pero curiosamente al mismo tiempo esta extraña sensación les da la seguridad interior de que hay un objetivo, un sentido, que existen reglas y consecuencias, de que hay una mano que las guía, y que aunque todo se acabe, siempre habrá algo más allá y la esperanza de un reinicio.
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