martes, 23 de octubre de 2007

LA PIEZA FALTANTE

La pieza faltante
(un cuento "emPiezado"
al que le falta una pieza...)
por Héctor Ugalde Corral
(al que le falta una pieza... :)

1
Mi abuelo se llamaba Armando, tal vez eso explique su fascinación por los rompecabezas.

Quisiera haber conocido más a mi abuelo y no que solamente fuera el recuerdo de lo que no debería de haber olvidado.

Así no hubiera tenido que reconstruir su vida con trozos de sueños, de fantasías y de memorias perdidas, por lo que tuve que reunir mis recuerdos llenando los huecos de mis olvidos.

Uno de los pocos recuerdos que tenía de mi abuelo era de mi niñez. Yo me asomaba por entre las piezas del vitral de la puerta de la entrada y lo veía irse. Pedazos de la silueta de su espalda y al final únicamente fragmentos de su sombra.

Mi abuelo era un personaje multifacético: pintoresco y lleno de color. Alguna vez me dijo "Empiezas completo y terminas en piezas". Eso me desarmó.

A mi abuelo le gustaban los rompecabezas. Creo que él era uno.

2
Cada navidad, cada cumpleaños, cada día especial, recibía de mi abuelo un paquete que contenía un rompecabezas.

Se suponía que yo tendría la paciencia y la creatividad para ir armándolo, aunque no eran rompecabezas comunes. Tenían su dificultad. Unos eran redondos, otros como esferas o cubos. Algunos eran de un sólo color. Uno totalmente blanco. ¡Ah! Y no debo olvidar el de cristal casi completamente transparente.

Era intrigante probar sí las piezas encajaban. A veces necesitaban otro enfoque, un cambio de dirección.

Quería encontrarle sentido al desafío. Descubrir el espíritu lúdico, el carácter juguetón y la magia de mi abuelo.

Así fui formando una imagen insólita de mi abuelo aunada a una foto que encontré detrás del espejo, a la cual le habían recortado la cara dejando sólo la sonrisa. 
No cabía duda de que mi abuelo era un descarado.

Otro indicio me lo dio un folleto oculto dentro de un reloj en forma de conejo saliendo de un sombrero. Era de una Villas llamadas Mar A. Reacomodé el nombre y sonreí. 

3
¿Había que comenzar desde el principio? ¿O desde el final? ¿O por enmedio? La diversión de los regalos de mi abuelo comenzaba al momento de desenvolverlos.

El investigar cómo abrirlos, el revelar sus secretos encerrados y la sorpresa de descubrir cómo venía empacado y encontrar el mecanismo para abrirlo.

La envoltura era un rompecabezas en sí mismo. Yo tenía que revisar con detenimiento el paquete y ver por fin la manera de abrir el regalo.

Algunos se podían abrir por la fuerza, pero si lo hubiera hecho así los hubiera arruinado. Yo sabía que mi abuelo esperaba que fueran descubiertos por medio del ingenio.

Todo lo que envolvía a mi abuelo era un completo rompecabezas.

4
La vida de mi abuelo era un rompecabezas que me intrigaba y que yo iría resolviendo poco a poco a lo largo de los años.

Un misterio revelado gradualmente conforme iba agregando datos, anécdotas, pedazos de su vida. Cada pieza diferente a las demás, como las de los rompecabezas que me enviaba constantemente.

En todo lo cotidiano mi abuelo era un hueco, un agujero en el centro de las conversaciones. Se eludía, se evitaba, se rodeaba, pero a final de cuentas no podías evitar encontrártelo en algún recoveco de la plática. Se hacía presente por la fuerza de su ausencia. Por lo que no se decía, por lo que se insinuaba...

En el vestíbulo de la casa había un espejo roto en mil pedazos, dicen que hecho añicos por mi abuelo. En aquel espejo roto todo se veía como un rompecabezas. Nunca fue reemplazado a pesar de que no se veía precisamente el centro, en donde se debería de poder ver la propia cara, un agujero justo donde fue el punto del impacto. Eso me dio la clave para descifrar el misterio de su vida al ir descubriendo las diferentes caras de mi abuelo.

5
Todo rompecabezas es a la vez un laberinto. Las uniones que se van formando entre las piezas son caminos, y algunos son pistas falsas, trampas que te desvían de tu objetivo; caminos tortuosos que pueden hacerte dar vuelta, volver sobre tus pasos y regresar nuevamente al inicio donde empezaste tu recorrido. Aunque a veces no había más remedio que desandar los caminos de los recuerdos para reencontrar los olvidos.

Siempre he tenido un espíritu inquieto; listo para resolver enigmas. Por lo que seguir las pistas que mi abuelo dejaba fue tan natural para mí como lo fue para mi abuelo el idearlas, creándolas sólo para mí. Porque sabía que yo podría encontrarlas. Mi abuelo creía en mí. Confiaba en que yo encontraría la solución de los secretos que me presentaba. Lo que yo necesitaba era recuperar la confianza en mi capacidad para salir del centro del laberinto donde estaba el minotauro. Donde estaba yo.

6
Cada vez que armaba un rompecabezas de mi abuelo era un nuevo comienzo y a la vez era un paso más para resolver el enigma de su vida. Los rompecabezas eran como una esfera mágica en la que en lugar de adivinar mi futuro, trataba de vislumbrar el pasado de mi abuelo. Pero yo estaba equivocado al darme cuenta de que había armado mi vida alrededor de la de mi abuelo por lo que mi futuro estaba irremediablemente emparentado con su pasado.

Para resolver los rompecabezas tenía que usar todos mis sentidos. Incluyendo la intuición y la imaginación. Las piezas podían ser palabras, letras o símbolos. O colores, sabores, sonidos, olores y texturas.

Eran intrigantes y hermosos los rompecabezas acústicos. O los luminosos que podían arrojar algo de luz en el enigma de mi abuelo. Nunca el enfoque directo, podría ser el pensamiento lateral, o el sentimiento colateral. Lo importante era no adivinar, sino encontrar la respuesta oculta.

Todos los rompecabezas que mi abuelo me regalaba eran diferentes. Sin embargo todos tenían una cosa en común: les faltaba una pieza. La razón de que fuera así la descubriría finalmente años después al encontrar a mi abuelo, y con él, todas las piezas que faltaban.



La séptima parte ("La pieza faltante" o conclusión), aquí: http://abrapalabramagica.blogspot.com/2007/10/la-pieza-faltante-7.html


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